¿Confraternizando con la Gran Ramera?

 

Los propósitos del Vaticano son a estas alturas excepcionalmente diáfanos. La agenda de la Gran Ramera está ya abierta a los ojos de cualquiera que quiera tomarse la mínima molestia de echarle un simple vistazo. Realmente está poniendo las cartas sobre la mesa, y eso es indicativo, una vez más, de que la venida del Señor a por los suyos está más cerca que nunca antes.
 
Dado que eso es así, como lo es, nos asombra de forma excepcional, la conducta de algunas figuras visibles del mundo evangélico, y sobretodo, nos preocupa el efecto que puede causar, y de hecho está causando, en las filas eclesiales, sobretodo entre la juventud.
 
En este artículo, y no sin dolor, me gustaría reflejar acerca de esas conductas abiertamente simplistas y ecuménicas, pero que son trascendentes hacia una hipotética, peligrosa, y a todas luces falsa unidad entre los que somos de Cristo y los que son seguidores de la Gran Ramera.
 
No vamos a juzgar las intenciones del corazón de esos hermanos, sino que juzgaremos los hechos (Jn. 7. 24)
Habiendo demostrado cuales son los propósitos de aquellos que manejan los hilos del catolicismo romano, y que todo buen católico debe seguir, porque esa es su fe, la cual es según los dictados de Roma, nos preguntamos, ¿cómo es posible que hayan ministros evangélicos que quieran y deseen de todo corazón unirse en una misma declaración de creencia y espíritu con los jerarcas del Vaticano, hasta el punto de renegar de sus “antiguas veredas”?
 
¿Renegando de la antigua vereda?
Marcos Witt, que participó activamente en el III Encuentro Fraterno de C.R.E.C.E.S. (comunión renovada entre Evangélicos y Católicos), evento ecuménico realizado el 19 de junio del corriente en el estadio Luna Park de la ciudad de Buenos Aires, ante unas 7.000 personas, dijo lo siguiente:
 
Conocemos perfectamente bien el resultado del distanciamiento, del aislamiento, de la polarización, porque tenemos siglos de historia. Este encuentro es un “camino nuevo, peligroso, difícil, que nos puede llevar a una nueva historia- y afirmó convencido: “quiero caminar por esta vereda diferente,porque conozco la otra” (8)
 
¿A qué otra vereda conocida se está refiriendo Marcos Witt? ¿No será esa la vereda que nos separa de todo aquello que no es conforme a la sana doctrina de nuestro Señor Jesucristo, y que nos enseña que no existe comunión entre Cristo y Belial, que no hay que unirse en yugo desigual con los incrédulos? (2 Co. 6: 14-18)
 
¿Y no son los incrédulos aquellos que niegan que es sólo por la fe que recibimos la salvación por Cristo Jesús?, porque hermanos, ¡no nos equivoquemos! Los evangélicos verdaderos no creemos lo mismo que los católicos, los cuales están obligados, entre otras muchas cosas, a jamás aceptar la seguridad de la salvación en vida; a creer que la salvación no es solamente por la fe sino por las obras meritorias y la recepción de los sacramentos; y a pertenecer a la “santa madre iglesia” (Roma). En cuanto a esto último, veámoslo:
 
“Este santo Concilio enseña que la Iglesia (Católica) es necesaria para la salvación. Por tanto, no podrían ser salvos los que, sabiendo que la Iglesia Católica fue fundada como necesaria por Dios mediante Cristo, rehusaran o entrar en ella o permanecer en ella” (9)
 
El Concilio mencionado es el Vaticano II, donde a los evangélicos, en vez de llamarnosherejes y anatema como había sido la insana costumbre hasta entonces, engañosamente se nos denominó hermanos separados.
No se da cuenta Marcos Witt y los demás, que la finalidad y estrategia de Roma es la de fingir una búsqueda de la unidad con los evangélicos con el fin de llevarnos de “vuelta” a todos a su seno?
Pero todo esto es mucho más que un buscar el ampliar las filas del catolicismo como siempre se le ha conocido. Todo esto es la labor hacia la implementación del Nuevo Orden Mundial, hacia el cual Marcos Witt, conscientemente o no, se presta a ello, y de todo corazón, para nuestra tristeza.
 
La enseñanza de Trento: El dogma católico-romano
Pero veamos algunas de las cosas que los católicos están obligados a creer, y que son diametralmente opuestas a la fe bíblica.
 
El dogma católico romano, fue establecido definitivamente en el Concilio de la Contrarreforma de Trento (s. XVI), y fue especialmente dirigido a refutar a los Reformadores Evangélicos, encabezado y llevado a cabo por los Jesuitas de Ignacio de Loyola, porque para ello fueron levantados por el papado, entre otras cosas.
 
El Concilio de Trento
 
La Constitución Dogmática “Lumen Gentium”, publicada por el Concilio Vaticano II, es el texto más ensalzado por ser el más trascendental logro del Concilio. Este importante documento afirma claramente que no define ninguna doctrina o dogma nuevos. Por tanto, las doctrinas expresadas en el Concilio de Trento tienen vigencia absoluta. La siguiente es la declaración conciliar a la que nos referimos:
“Este concilio sagrado (Vaticano II) acepta lealmente la venerable fe de nuestros antecesores, y propone de nuevo los decretos del Segundo Concilio de Nicea, del Concilio de Florencia, y del Concilio de Trento” (10)
 
Por lo tanto, ya que vuelve a definir los mismos postulados dogmáticos que el Concilio de Trento, postulados estos que todo verdadero católico tiene que creer con fe católica, veamos pues algunas de esas declaraciones tridentinas:
En cuanto a la misa:
 
“Si alguno dijere que en la misa no se ofrece a Dios un sacrificio propio y verdadero, sea anatema” (es decir, sea maldito)
 
¿Se imaginan ustedes hermanos yendo de nuevo a misa, y creyendo que en ella, el presunto oferente (el cura), ofrece a Dios un sacrificio, cual es supuestamente, una y otra vez el sacrificio de Jesús, cuando dice la Escritura que El lo hizo una vez y para siempre, ofreciéndose a sí mismo? (He: 7: 27)
 
¿Aceptarían ustedes esa doctrina? Seguro que no, como yo. Pues entonces, la iglesia de Roma nos maldice.
 
Sigue diciendo Trento:
 
“Si alguien niega que en el sacramento de la Santísima Eucaristía están presentes verdadera, real y substancialmente el cuerpo y la sangre y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y consecuentemente Cristo mismo, sino que dice que es sólo un símbolo, figura o fuerza, sea anatema” (es decir, sea maldito).
 
¿Se imaginan ustedes, hermanos, creyendo que en el pan y en el vino están en sustancia el cuerpo, la sangre y la divinidad de Cristo, haciendo por tanto, un dios de esas formas?
 
¿Aceptarían ustedes esa doctrina? Seguro que no, como yo. Pues entonces, la iglesia de Roma nos maldice.
 
Sigue Trento diciendo:
 
“Si alguien niega que en el venerable sacramento de la Eucaristía el Cristo integral está contenido bajo cada forma y bajo cada parte de cada forma cuando se divide, sea anatema” (11)
 
¿Se imaginan ustedes, hermanos, afirmando que Quien es la persona de Cristo está contenido bajo cada forma y bajo cada parte de cada forma cuando se divide?
 
¿Aceptarían ustedes esa doctrina? Seguro que no, como yo. Pues entonces, la iglesia de Roma nos maldice.
 
Sigue Trento afirmando:
 
“Si alguien dice que en el santo sacramento de la Eucaristía, Cristo el unigénito Hijo de Dios, no ha de ser adorado con el culto de latría, también externamente manifestado, y que consecuentemente no ha de ser venerado en festividad solemne extraordinaria, ni ha de ser cargado solemnemente en procesión según los laudables y universales ritos y costumbres de la santa Iglesia, ni ha de ser exhibido públicamente ante el pueblo para que lo adoren, y que por lo tanto los adoradores son idólatras, sea anatema (12)
 
¿Se imaginan ustedes, hermanos, adorando el pan que eleva el cura católico como el que adora a la persona de Cristo, etc. etc.?
 
¿Aceptarían ustedes esa doctrina? Seguro que no, como yo. Pues entonces, la iglesia de Roma nos maldice.
 
Todas estas ridículas y blasfemas doctrinas son las que cada católico está obligado a creer, si es que quiere llamarse católico. ¿Podrá entonces un católico ser un verdadero cristiano? Difícilmente, ¿no es cierto?
 
Entonces, ¿qué verdadera comunión en el Espíritu podemos tener los cristianos con los católicos? La verdad es que ninguna.
A mí me parece más honesto el posicionamiento de los católicos sinceros y convencidos, que nos tienen a nosotros, los cristianos de la Biblia, por herejes y anatemas, porque es de acorde a su creencia tridentina.
 
Lo que no es de recibo, es la falsedad e hipocresía de todos aquellos católicos y presuntos evangélicos que, ignorando el dogma católico, y la Biblia, respectivamente, se lanzan en una sinrazón ecuménica, que no es más que una vergüenza, incluso a los ojos del mundo, que contradice el propio enunciado del slogan del III Encuentro Fraterno de C.R.E.C.E.S, mencionado anteriormente, el cual dice así:
 
“Para que todos sean uno, para que el mundo crea”.
 
“Para que todos sean uno, para que el mundo crea”… ¿en qué? ¿En una esquizofrenia doctrinal? ¿En una confusión espiritual?... ¿En qué deberíamos creer si los cristianos nos uniéramos a los católicos? ¿Deberíamos seguir creyendo sólo en la Biblia, o deberíamos, contradiciéndola, creer también en las declaraciones conciliares de los papas?, ¿y los católicos, deberían sólo creer en la Biblia, dejando entonces de ser católicos? Esto no es más que una vuelta hacia la torre de Babel: ¡Confusión!
 
¿Qué comunión hay entre la luz (la Biblia) y las tinieblas (Roma)? ¡Ninguna!
 
Como cristianos, así como hemos de amar a todos los hombres, amamos a las personas que practican el catolicismo, a los cuales llamamos católicos, orando por ellos (no con ellos) para que se conviertan al verdadero Cristo, y eso dista mucho a ser uno con ellos. A eso, no nos llama el Señor, sino todo lo contrario:
 
<<Y oí otra voz del cielo, que decía: Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis parte de sus plagas; porque sus pecados han llegado hasta el cielo, y Dios se ha acordado de sus maldades>> (Apocalipsis 18: 4, 5)